Por tercer año consecutivo participamos en la semana de la fotografía de la capital francesa a través de nuestra participación en Fotofever París del 9 al 12 de Noviembre.
Para esta ocasión hemos seleccionado dos trabajos que conectan pero a su vez se alejan de las artistas Simona Rota y Mar Martin. Dos proyectos que trabajan desde la estética del frío pero con reflexiones y formas de hacer que nada tienen que ver entre sí.
Por un lado Ostalgia, de Simona Rota es una serie fotográfica que nace como secuela de un trabajo de documentación para el Centro de Arquitectura de Viena, dentro de una misión de catalogación de la arquitectura soviética de los años 60-80. Paralelamente a esta catalogación, Simona Rota es capaz de encontrar una atmósfera y carácter propio de los paisajes y arquitecturas que retrata. Su subjetividad se ve en cada instantánea, reflejando la gran ruptura cultural que los vestigios de la antigua unión soviética han dejado en el entorno, asemejándose a entes alienados de su contexto.
Los edificios documentados suelen ser grandes estructuras de aires heroicos. En su época fueron diseñados y construidos como expresión del triunfo, del orgullo y de la afirmación de la identidad nacional como oponente al poder central de Moscú. Sus diseños atrevidos, a veces experimentales fueron favorecidos por la búsqueda de una imagen nacional, del prestigio así como por una decidida creencia en el progreso económico. Hoy se alzan como gigantes absurdos, grandes sueños invalidados por la historia en la atmósfera decadente que respira la realidad de las repúblicas ex soviéticas y que genera un espacio físico y virtual sobre él que es fácil proyectar ansiedades, mitos y nostalgias.
De Mar Martín hemos seleccionado el proyecto A.L.M.A que nace como respuesta a una noticia científica que hizo disparar su imaginación. En 2013 se consigue realizar la primera imagen en alta resolución del lugar más frío conocido del universo gracias al Atacama Large Millimeter Array, curiosamente sus siglas dan título a todo el proyecto. Este hito de la ciencia, sumado a su traslado desde tierras granadinas al invierno de Berlín, da el pistoletazo de salida a todo el proyecto. El contraste de realidades le lleva a agudizar las visiones de un entorno helado y paralizante llevando a la autora a crear un mundo distópico fruto, según su propia fantasía, del efecto del frío en el alma humana. Este frío que congela a sus personajes, hasta en sus foros internos, y que traslada a sus blancas imágenes, se encuentra rodeado de elementos tecnológicos y futuristas llevando al espectador de la mano por un entorno digno de la ciencia ficción cinematográfica.
El aspecto cinematográfico del proyecto, con un tempo y secuenciación muy concreto, hace de cada imagen una herramienta de precisión. Cada espectador puede llegar a sus propias conclusiones, aunque la atmósfera general nos lleva a reflexionar siempre sobre el frío, la desolación y el futuro, tanto mediante los paisajes, escenas y retratos como con las visiones microscópicas que plantea. Sobriedad y precisión son las protagonistas en todas sus atmósferas, la lectura de cada historia corre por cuenta de quien se asoma a sus imágenes.