Barcelona celebró la semana pasada su primer Gallery Weekend, o apertura conjunta. El evento sirvió para conocer los nuevos espacios de ciertas galerías y el modelo de mercado por el que apostarán (Por Javier Díaz-Guardiola).
La pregunta fue formulada a un buen puñado de galeristas de Barcelona, pero casi todos remoloneaban a la hora de dar una respuesta: ¿Por qué la Ciudad Condal ha tardado tanto tiempo en tener una inauguración conjunta de temporada y con cierta entidad? Por sus circunloquios contestando se daba a entender que en la mala sintonía entre las muchas asociaciones que les representaban (y que han ido reduciéndose en número hasta sobresalir hoy Art Barcelona, la que reúne a las principales dedicadas al arte más actual) se hallaba la causa. Y en ese tiempo perdido se les adelantó la capital del Turia (que el mes pasado celebraba la tercera edición de su Abierto-Valencia), Palma (con hasta casi dos décadas de Nits de l'Art a sus espaldas), o Madrid, donde Apertura se espera con ansia cada mes de septiembre desde hace casi diez años.
Pero como no tiene mucho sentido llorar sobre la leche derramada, la ciudad se ha puesto las pilas y en el primer fin de semana de octubre celebraba su Barcelona Gallery Weekend (BGW), que no sólo sirvió para acercar el arte contemporáneo al público, sino también para conocer el nuevo mapa galerístico en la ciudad (con las mudanzas propiciadas por la subida de los alquileres de la nueva ley de arrendamientos urbanos) y el modelo de mercado por el que pretenden apostar.
Es el caso de Senda, que se traslada a la calle Trafalgar a lo que era un antiguo taller textil que, en su día, fue vecino de la muralla de la ciudad. La reforma de los arquitectos Puig + Mir respeta sus líneas y habilita los mas de 300 metros cuadrados de sus ámbitos expositivos, lo que duplica aquellos con los que contaba la galería en su anterior sede en Rambla Cataluña. Como en otras salas que estrenan espacio, la muestra inaugural funciona como declaración de intenciones (en este caso, es la primera muestra del francés Mathieu Pernot, con el que la galería llevaba tiempo intentando trabajar) y para «bombardear» el resto de salas (ahora parece que sobran los metros cuadrados), con selecciones de artistas con los que ya colaboran estas firmas.
«A agentes como Carles Taché o a mí hacia tiempo que se nos daba por muertos –explica Fidel Balaguer, otro de los que han hecho las maletas hasta Roger de Flor, 5–. Por eso ahora no se entiende que hasta tripliquemos el espacio con el que contábamos. Sinceramente, yo creo que este es el último intento de crear mercado. Si no funciona, es que Barcelona en sí misma no funciona para el arte contemporáneo». En su caso, no son los alquileres abusivos los que provocan el cambio: es que le salía más barato trasladarse a lo que fue una empresa de productos ignífugos, que deja su impronta en el nombre (Balaguer-La Termo), y en la que hay hueco tanto para que exponga su última serie pictórica Diego Pujal, como para que instale allí su estudio, en la trastienda, el artista Víctor Jaenada.
Porque lo que está claro, y así lo constata Miguel Ángel Sánchez (galería ADN), uno de los mienbros del comité ejecutivo del BGW, la intención es grabar a fuego en la mente de los coleccionistas internacionales que la capital catalana es «el destino» al que tienen que dirigirse en octubre a realizar sus compras: «Nuestro referente es Berlín y su gallery weekend. Sus organizadores nos contaban que el programa fue deficitario los tres primeros años». Hasta cien collectors fueron invitados los cuatro días que duró el evento, de jueves a domingo, por la organización o por la feria Swab, promovida precisamente por un coleccionista (Diezy7), y que hizo coincidir su séptima edición con la iniciativa. Del salón de este año tenemos que alabar, sobre todo, los programas comisariados: Solo Swab (dibujo), Swab Seed (ámbitos emergentes) y Swab Performance. De hecho, la mayor parte de los galardones de este año no se movieron de estos estands.
«Acabamos contentos porque el goteo de visitantes no cesó y porque nos consta que se cerraron ventas», continúa Sánchez. Desde luego, no era lo mismo mostrar el trabajo comprometido de la marroquí Bouchra Khalili, como hacía su galería, que los «cabezones» y dibujos preparatorios de Antonio López (en la expo express para ese fin de semana de la galería Marlborough), que atrajo riadas.
«Lo primero que hubo que hacer fue quitarse de encima complejos –prosigue–. Se temía que el programa final no fuera lo suficientemente atractivo. ¿De verdad que 21 galerías mostrando lo mejor de cada casa no iban a presentar algo digno?». Cierto es que al final no hizo falta tirar fuegos artificiales. Los proyectos de Francesc Ruiz en Estrany-De la Mota, Matt Mullican en ProjecteSD, los de Richard T. Walker en Àngels Barcelona, Antoni Llena en A/34, Andújar y López Cuenca en la pop gallery barcelonesa de Palma Dotze (¿podría ser este el comienzo de un idilio de esta galería de Vilafranca del Penedés con la Ciudad Condal? o Matt Maden en etHall, por citar unos cuantos, cubrían el expediente por sí solos.
Y, aún así, se quisieron sumar otros, como los de las instituciones de todo tipo, pelaje y condición: el MNAC, la Fundación Miró o la Tàpies; el espacio de residencias Homessesion, la Green Parrot (estupenda muestra de Teresa Solar), la Blueproject o el Pabellón Mies Van der Rohe, al que la minimalista propuesta de Ignacio Uriarte sentaba tan bien. Hasta el MACBA, que fue sede de la fiesta inaugural y que abrió sus expos hasta la madrugada.
Allí se estrenaba como director Ferran Barenblit (ese acto era «su primer día»), que reconocía que la Barcelona con la que se reencuentra ahora, no es la que dejó, «y en ello han tenido mucho que ver las galerías»: «Madrid y Barcelona siempre han sumado cien en conjunto. Pero una ha estado a veces más cerca del 20 y otra del 80, una más del 40 y otra del 60... Ahora están las dos al 50/50. Y eso nos beneficia a todos».
Otro de los interesantísimos programas pensados para la ocasión fue Composiciones, que propició intervenciones de artistas destacados en espacios emblemáticos de la ciudad, como las de Daniel Steegmann Mangrané en el Umbracle de la Ciudadela; Pere Llobera y Rasmus Nilausen en los jardines de La Central del Raval; o la charla-performance de Dora García en la Biblioteca del Campo Freudiano. El proyecto llevaba la firma de Latitudes, del que forma parte Mariana Canepa, que así definía lo que está sucediendo: «El modelo que primero se pensó para relanzar Barcelona fue el de feria. Fueron los años en los que se llamó a Vicente Todolí. También se pensó en Rosa Martínez, que ya dirigió una bienal aquí a finales de los ochenta, para que llevara a cabo un estudio preliminar para conceptualizar un futuro BGW. Se han intentado acciones conjuntas, como A3Bandas o Art Nou. Al final se ha visto que un gallery weekend es lo más conveniente. Estamos comenzando y cometeremos errores. Nos estamos conociendo».
Una de las mejores propuestas de Composiciones se ubicó en los espacios ya abandonados de la antigua fábrica cerámica de Cosme Toda, un recorrido por la historia de la luz propuesto por David Bestué en L'Hospitalet de Llobregat. Barcelona se deslocaliza (los alquileres baratos lo fomentan) y allí se eleva un nuevo epicentro (es sede de Tecla Sala y la plataforma Salamina de Pep Vidal, Luz Broto y Marc Vives), al que se acercan ahora galerías como Ana Mas y Nogueras/Blanchard.
Allá, en el edificio de una antigua imprenta que ahora comparten, se deja sentir un espíritu más informal. La primera tira la casa por la ventana y dirige además otro espacio en Puerto Rico. Los segundos, mantienen la galería de Madrid y utilizan la de Cataluña para contextualizar el trabajo de la capital: «Dado que no dependemos del mercado, queremos jugar a ser una institución –nos dicen sus propietarios–. Presentaremos artistas de otras generaciones a los que no representamos pero que explican nuestra labor. Y queremos que este sea un lugar para encuentros, charlas, presentaciones...». La muestra actual del serbio Mlden Stilinovic lo ejemplifica bien.
De vuelta a Barcelona, otro que intentó crear un «hub» de galerías fue Carles Taché, en torno a la montaña de Montjuïc, mientras el Raval se despoblaba. Pero fracasó en el intento. Ahora, el veterano galerista abandona el Ensanche por un nada despreciable local en la calle México de más de 1.000 m2, que ahora se llena bien con una colectiva inaugural, y cuyo anexo espacio de proyectos dirige ya su hijo Carlos. ¿Significa eso que el mercado tocó con su varita a Barcelona?: «En absoluto –responde–. Es que mi contexto es otro. Trabajo con artistas internacionales de primer nivel y hay que dar respuesta a sus necesidades. Atrás quedaron las etapas de trabajar exclusivamente con el arte local y el nacional». La idea pues es realizar «proyectos de museo» y prolongar sus fechas muchos meses. Cada galería busca de forma autónoma la solución a los problemas.
Y como no todo podía ser de color de rosa, los hay que no están contentos con el nuevo ritmo marcado. Y ahí entran en juego las galerías alternativas. Aunque una cosa debe quedar clara: ante los tamaños que se imponen en la ciudad, cualquiera de estos espacios podría formar parte del mainstream en Madrid, también por la calidad de sus propuestas. «Se les llena la boca hablando de arte emergente, que es el que enarbolamos nosotros, que no podemos pagar los 5.000 o 6.000 euros que se le ha pedido a cada galería para participar en el BGW», explican las responsables de Escalera de Incendios. Y aunque la organización del BGW rebaja la cifra a unos 2.000 euros más el diez por ciento de IVA, ellas, ni cortas ni perezosas, y junto a otros agentes alternativos de la ciudad (El Catascopio, Espronceda Center, La Plataforma, Oslo Graphic, Sardinuka y la feria Art Photo BCN, promovida por Art Deal Project) se montaron su propio Young Gallery Weekend en los mismos días. Por cierto: sus muestras, como las del BGW, no son flor de un fin de semana, y siguen abiertas al público, sin los recorridos promovidos entonces por la organización o por ARCO. Porque de eso se trata, de llevar gente a las galerías, todos los días del año.
Barcelona saca músculo. Tanto, que ya no se reconoce en el espejo. Esperemos que sea para bien.