Si pidiésemos a un grupo de niños españoles que dibujasen el lugar donde viven, es muy probable que pintaran su casa con su familia, su colegio, el parque del vecindario, el mar en caso de residir en la costa, etc. Parece lógico, son niños. Sin embargo, la cuestión no está en la edad, sino en la verdad del mundo que les rodea. Los más pequeños responden con franqueza y honestidad a las preguntas más peliagudas, devolviéndonos un reflejo genuino de cualquiera que sea la problemática abordada. En las representaciones infantiles dentro de nuestro marco europeísta, predominarían arcoíris y bicicletas; en México, cadáveres y pistolas. Grotesco, pero real.
En diversas regiones del norte y las costas de México la violencia es el pan de cada día, un fenómeno comunitario y omnipresente cuyas consecuencias permeabilizan hasta las capas más insospechadas de la sociedad. Las razones de esta identidad tan arraigada pueden encontrarse en episodios de enfrentamientos clave en su historia, desde la Conquista o la lucha por la Independencia, hasta la Revolución o la masacre Tlatelolco en 1968. En la actualidad, la escalada de violencia es abrumadora y es difícil establecer con exactitud el momento en el que se desató. El narcotráfico es un indicador decisivo, ya en los 70 se llevó a cabo la Operación Cóndor con la que se pretendía destruir las plantaciones de marihuana en unos 70 mil kilómetros cuadrados del Triángulo Dorado. Las medidas estatales propiciaron un descenso, pero en los 90 el índice volvió a incrementar como consecuencia de las políticas de mano dura del gobierno. La violencia genera más violencia, por ello es absurdo intentar fortalecer la seguridad incorporando las mismas estrategias que se están condenando. Los medios de comunicación constituyen uno de los canales esenciales para la visualización y difusión de comportamientos agresivos e ilegales que exceden cualquier forma de racionalización. Tanto es así, que en el 2010 los principales mass media mexicanos firmaron un acuerdo para limitar las informaciones de actos de violencia y terrorismo con el objetivo de no sirviesen de propaganda a grupos criminales y ayudar a controlar el miedo entre la población; sin embargo, la descontextualización de tales acciones acaba generando un efecto de ubicuidad.
A Raul Kalesnik siempre le ha llamado la atención esta carga excesiva de violencia que desborda su país y de la que es imposible escapar. La radicalidad del escenario le recuerda al conocido cuadro de Pieter Brueghel el Viejo, El triunfo de la muerte, donde un devastador ejército de esqueletos arrolla a los seres vivos que encuentra a su paso sin distinguir a gobernantes de soldados o campesinos.
En su serie de fotografías –Premio Nexofoto 2017– El lugar donde vivo, el artista pone en evidencia como los niños mexicanos tampoco están a salvo del bombardeo de imágenes e incidentes letales que atestan su país. Los singulares collages fotográficos combinan dibujos pertenecientes a la convocatoria infantil del mismo nombre (El lugar donde vivo) con capturas de Google Street View de algunos de los estados más peligrosos de México: Sinaloa, Ciudad Juárez, Michoacan, Veracruz, etc. Las ubicaciones no corresponden a lugares concretos en los que haya sucedido un crimen o, por lo menos, desconocemos si así ha sido. En realidad, los forcejeos, las intimidaciones o los asesinatos pueden ocurrir en cualquier calle anónima e involucrar a personas inocentes, incluyendo niños y adolescentes. Frente a este panorama, no es de extrañar que las encuestas lanzadas por la Universidad Autónoma de Sinaloa muestren el deseo de un alto porcentaje de jóvenes de 9 años de ser narcos o sicarios.
La normalización de la violencia es el gran problema de la sociedad mexicana, tan gigantesco que ha sido asimilado a la fuerza por sus espectadores. Las patas del elefante han pasado a ser columnas donde apoyarse. Se acepta como corriente a personas que privan de la vida y lo califican de trabajo. La profesionalización se detecta en el crecimiento exponencial de las bandas organizadas y el tráfico de armas, tema en el que profundiza Kalesnik como resultado del desarrollo del proyecto. Frente al discurso oficial según el cual es muy difícil conseguir armamento en México, el artista nos muestra casos donde la utilización y el exhibicionismo de armas forman parte de la cotidianidad y las redes sociales. El resultado de las informaciones reunidas durante su investigación se materializa en un falso archivo clasificado, Cuerno de chivo (3), que parte de la operación real Gunrunner llevada a cabo por la ATF Estadounidense (Agencia de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos) entre los años 2005 y 2009. La estrategia consistió en abastecer de armas a los criminales mexicanos para evitar el tráfico ilegal de las mismas mediante un dispositivo de rastreo, sin embargo, el operativo fracasó y los fusiles perdidos terminaron en poder de los grupos criminales.
La exposición muestra una realidad cruda y firmemente asentada a través de los ojos de los más vulnerables: niños que absorben e integran de manera natural hechos atroces y delictivos. ¿Qué se puede esperar de semejante aprendizaje? Raul Kalesnik dibuja con destreza una serie de problemáticas que invitan al visitante a tomar conciencia y responderse con su propia reflexión.
Nerea Ubieto